A lo ancho del
planeta existen huellas evidentes de una actitud humana que no ha cambiado
desde la prehistoria hasta nuestros días. Esas huellas evidentes muestran a
sabios dirigiendo su mirada hacia el cielo, tratando de encontrar en las
estrellas la explicación de la existencia. No se trata de una característica
particular de una cultura o una época. Hay en esta necesidad humana una
universalidad geográfica, desde Sumer hasta Mesoamérica. Desde las tierras de
Hiperbórea en el norte mítico hasta las tierras australes de los indios
patagones. De modo que esta búsqueda del hombre, que trata de encontrar
respuestas en el cielo forma parte de la condición humana.
La explicación
pareciera sencilla. Oscar Adler decía que el hombre, apenas surgido del seno de
la Tierra y de las profundidades del pasado, expuesto a la “luz del mundo”, se
encuentra en el deber de conectar lo de “arriba” con lo de “abajo”, conexión
que nada más que él puede establecer. En otras palabras, el hombre es el punto
en donde el macrocosmos se encuentra con el microcosmos y el único ser que
puede interpretar su lugar en el centro de ambos infinitos. Existe, así mismo,
una idea universal respecto del origen cósmico del alma humana, idea que está
plasmada en todos los Libros Sagrados, desde el Antiguo Testamento al Popol Vuh.
“…Dios creó al hombre de polvo de tierra y sopló en su nariz el aliento de vida…
Y el hombre se convirtió en un alma viviente…”
Del mismo modo
que el hombre está integrado por infinidad de microrganismos, Adler afirmaba que
el hombre forma parte de un organismo superior, aunque sus ojos no puedan
percibirlo. Ese organismo no es otra cosa que un inmenso ser viviente al que
llamamos Tierra, dentro del cual vivimos, pero que como tal, forma parte de un
organismo aun más vasto, capaz de proyectarse a escalas diferentes, tanto “hacia
afuera” como “hacia adentro”. Si hay una característica que hace mágico al
pentagrama es que es una figura geométrica capaz de reproducirse tanto hacia
afuera como hacia adentro, y el pentagrama –o pentalfa- es, en definitiva, un
símbolo estelar.
Siguiendo el
concepto hermético que afirma que lo que está arriba es igual a los que está
abajo, la humanidad ha buscado métodos y sistemas que le permitiesen
interpretar el flujo y reflujo de la vida, los vaivenes del destino y el futuro
que nos atrapará inexorablemente. Las runas en el mundo de los druidas, El
Libro del Tarot, desde Egipto hasta las tribus de Bohemia, los misteriosos
exagramas del I Ching, la huellas caprichosas del agua en la playa o el vuelo
del pájaro que altera el telón del cielo como una flecha que indica un rumbo,
todos estos modos de interpretar el alma y su destino forman parte de un mundo
fascinante en cuyos extremos están los profetas y los albures. Este sitio de
Comunidad Kier está destinado a quienes han escrito sobre diversas maneras de
interpretar nuestro destino y que con sus obras nos ayudan a mirar detrás del
velo de nuestros días.
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